O primeiro canto

O primeiro canto

sexta-feira, 28 de dezembro de 2018

Amós Oz, la voz que surgió de la oscuridad


 Por Rafael Narbona 

No conocía a Amós Oz, pero su muerte me ha producido una enorme tristeza. Cuando hace catorce años reseñé su libro autobiográfico Una historia de amor y oscuridad, descubrí que su peripecia personal y la mía habían soportado heridas similares, afrontando desde muy temprano la experiencia de la pérdida y el duelo. Pertenecemos a generaciones, tradiciones y latitudes muy diferentes, pero nos acercan los sentimientos de ira y orfandad. Amos Oz nació en Jerusalén en 1939, cuando la ciudad aún se hallaba bajo mandato británico. Hijo de una familia de emigrantes rusos y polacos, creció en un hogar que soñaba con un Israel fuerte e independiente, donde los judíos ya no serían un pueblo humillado, acosado y exterminado. La expectativa del regreso a la Tierra Prometida convivía con la pasión por los libros. No es extraño que un hijo del pueblo del Libro deseara desde la niñez ser libro. “No escritor, sino libro”, pues el libro no muere. Puede renacer en cualquier lugar. Es suficiente que alguien abra sus páginas y su mirada recorra sus líneas para hacer vivir de nuevo experiencias, confesiones y secretos. El libro vive eterna y silenciosamente. En cambio, el escritor muere. De forma natural o violenta. El hombre es mortal. La palabra, no. La palabra mora en la memoria colectiva, donde los muertos resucitan y vuelven a hablarnos.

La idea de la muerte es particularmente aguda en un judío, pues su historia está llena de matanzas y persecuciones. El judío siempre es el Extranjero, el Otro. Amós Oz comprendió este hecho desde niño, desarrollando una dolorosa idea de supervivencia ligada al destino de su pueblo. El individualismo no es un vicio judío. Una comunidad hostigada sólo puede vencer a sus enemigos cultivando la solidaridad y el sentimiento de pertenencia. El padre de Amos Oz creía en los libros y en la Tierra Prometida. El escritor recuerda cómo tocaba, acariciaba, escudriñaba y olía los libros. Cuando sus escasos ingresos le obligaban a vender algún volumen de su biblioteca privada, experimentaba una aflicción parecida a la de Abrahán al escalar el Monte Moriah para inmolar a su hijo Isaac. Yo también crecí entre libros y entiendo ese pesar.

Amós Oz concibe su escritura como una segunda piel. Aunque fabule historias estrictamente ficticias, considera que todos sus libros son autobiográficos. En cada palabra, hay un fragmento de su niñez, un eco de su juventud, un logro -o un fracaso- de su madurez. Amós Oz nació de Amos Klausner. Klausner creció en el kibutz Hulda, cursó literatura y filosofía en la Universidad Hebrea de Jerusalén, empezó a publicar relatos cortos a principios de los sesenta, amplió sus estudios en la Universidad de Oxford, participó en la Guerra de los Seis Días y en la Guerra del Yom Kipur, creó el movimiento pacifista Shalom Ajshav (Paz Ahora) y se manifestó a favor de la creación de un Estado Palestino capaz de coexistir pacíficamente con el Estado de Israel. Klausner se convirtió en Oz en el kibutz, huyendo de la peor tragedia de su vida: el suicidio de su madre. Las últimas páginas de Una historia de amor y oscuridad son particularmente hermosas y estremecedoras. Hermosas porque exploran el afecto de un hijo hacia una madre que prepara su despedida del mundo. Estremecedoras porque narran el desmoronamiento de una mente en el pozo de la depresión. Con treinta y ocho años, la madre de Oz manifestaba constantes cambios de humor, pasando de la euforia a la tristeza. No es improbable que sufriera los estragos del trastorno bipolar. La experiencia del exilio y la guerra acentuó su vulnerabilidad, despertando emociones que de otra manera habrían permanecido latentes e inadvertidas.

Amós Oz nos hiela el corazón al relatar el vacío que se adueñó del pequeño apartamento donde vivían tras el suicidio de su madre. Conozco esa sensación terrible, pues yo también he vivido el suicidio de un ser querido y la desolación que invade su entorno. El suicidio no es una muerte más, sino un fracaso de todos. Nadie se quita la vida libre y deliberadamente. Nadie escoge morir. El sufrimiento y la impotencia usurpan la voluntad del suicida, empujándole hasta un callejón sin salida. Oz nos relata los últimos días de su madre con una mezcla de delicadeza y desgarro. Sus paseos bajo la lluvia, permitiendo que el agua corriera por el rostro y el pelo. Su cuerpo aterido cuando volvía a casa. Sus horas de inactividad en la mesa de la diminuta cocina, con la cabeza apoyada en las manos. Los tirones de pelo y los arañazos con los que se lastimaba. Su desinterés por la comida y la lectura. Su profunda apatía, destruyendo minuciosa e implacablemente sus lazos afectivos. Sus insomnios, que le impedían disfrutar de una tregua en su desesperación creciente. Incapaz de aguantar tanto dolor, la madre de Oz se tomó decenas de pastillas a las ocho o nueve de la mañana de un sábado. El escritor lamenta no haber estado a su lado para abrazarse a sus rodillas, implorándole que no le dejara solo, que no se marchara de ese modo, condenándole a convivir con su ausencia. Oz reconoce que sintió compasión, pero también ira y rencor.

Una historia de amor y oscuridad finaliza con un lamento desgarrador: “… entre las ramas del ficus del jardín del hospital el pájaro Elisa la llamó sorprendido y la llamó de nuevo y la llamó en vano y pese a todo lo intentó una y otra vez y aún sigue intentándolo a veces”. Todos los libros de Oz nacen de esa llamada, que puede calificarse de plegaria sin respuesta. En Mi querido hijo Mijael y en El mismo mar, Oz habla de las relaciones entre padres e hijos. Se trata de dos obras cargadas de melancolía. Oz reconoce que su fórmula literaria consiste en “un veinte por ciento de sarcasmo, un veinte por ciento de dolor y un sesenta de rigor clínico”. Sin embargo, eso no es todo. En su literatura, hay ternura, esperanza, pasión por el hombre. Amós Oz salió de la densa oscuridad que extiende un suicidio, aferrándose a la palabra, al libro, a la tradición judía de objetivar la experiencia en relatos que proporcionan luz a las generaciones venideras. Somos muchos los que hemos recobrado la ilusión y la alegría por el mismo camino, si bien sólo unos pocos llegan a la plenitud creativa de Amós Oz. Su desaparición nos duele, pero sus palabras nos curan, recordándonos que el hombre siempre puede reinventarse a sí mismo, derrotando a sus demonios interiores.

quarta-feira, 26 de dezembro de 2018

terça-feira, 25 de dezembro de 2018

"Eu sei por que o pássaro canta na gaiola"

                            
                                                                 Simpatía
Paul Laurence Dunbar

Sé cómo se siente el pájaro enjaulado, ¡ay!
Cuando el sol es brillante en las laderas de montaña;
Cuando el viento agita la hierba brota,
Y el río fluye como una corriente de vidrio;
Cuando el primer pájaro canta y el opes primer brote,
Y el suave perfume de su cáliz roba ~
Yo sé lo que el pájaro enjaulado se siente!
Yo sé por qué el pájaro enjaulado golpea a su ala
Hasta que su sangre es de color rojo en las barras crueles;
Porque es necesario que volar de vuelta a su percha y se aferran
Cuando él de buena gana sería en la rama un columpio;
Y el dolor aún palpita en sus viejas cicatrices, viejas
Y el pulso de nuevo con la picadura de una más intensa ~
Yo sé por qué el pájaro enjaulado golpea a su ala
Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado, ay de mi,
Cuando el ala está herido y su dolor de pecho, ~
Cuando él le pega a su bares y sería libre;
No es un villancico de alegría o regocijo,
Sin embargo, una oración que envía de su corazón núcleo profundo,
Sin embargo, una excepción al cielo que arroja ~
Yo sé por qué el pájaro enjaulado canta!


"Ainda assim eu me levanto"- Maya Angelou


 Você pode me riscar da História
Com mentiras lançadas ao ar.
Pode me jogar contra o chão de terra,
Mas ainda assim, como a poeira, eu vou me levantar.
Minha presença o incomoda?
Por que meu brilho o intimida?
Porque eu caminho como quem possui
Riquezas dignas do grego Midas.
Como a lua e como o sol no céu,
Com a certeza da onda no mar,
Como a esperança emergindo na desgraça,
Assim eu vou me levantar.
Você não queria me ver quebrada?
Cabeça curvada e olhos para o chão?
Ombros caídos como as lágrimas,
Minh’alma enfraquecida pela solidão?
Meu orgulho o ofende?
Tenho certeza que sim
Porque eu rio como quem possui
Ouros escondidos em mim.
Pode me atirar palavras afiadas,
Dilacerar-me com seu olhar,
Você pode me matar em nome do ódio,
Mas ainda assim, como o ar, eu vou me levantar.
Minha sensualidade incomoda?
Será que você se pergunta
Porquê eu danço como se tivesse
Um diamante onde as coxas se juntam?
Da favela, da humilhação imposta pela cor
Eu me levanto
De um passado enraizado na dor
Eu me levanto
Sou um oceano negro, profundo na fé,
Crescendo e expandindo-se como a maré.
Deixando para trás noites de terror e atrocidade
Eu me levanto
Em direção a um novo dia de intensa claridade
Eu me levanto
Trazendo comigo o dom de meus antepassados,
Eu carrego o sonho e a esperança do homem escravizado.
E assim, eu me levanto
Eu me levanto
Eu me levanto.

terça-feira, 11 de dezembro de 2018

"Somos um breve pulsar em um silêncio antigo com a idade do céu..."


No rastro da Lua cheia...


Livros e Livrarias


A triste despedida das livrarias 

POR MARCOS LISBOA
(Presidente do Insper)

A casa da minha infância parecia-me interminável. Quadros e esculturas esparramavam-se pelas paredes e pelo chão. 
As pinturas dos amigos dos meus tios conviviam com surpresas em cada canto, da fotografia de um garoto segurando o bico de um ganso a um presépio de madeira que comovia pela brutalidade.
O corredor e o escritório, por sua vez, eram dominados por incontáveis livros de cima a baixo. Havia um pouco de tudo, das tragédias gregas aos livros que perverteram a geração anterior, como os romances de Joyce e Dostoiévski.
Aqui e acolá, alguns escritores brasileiros, como Graciliano e Guimarães.
Criança, deitava-me no chão do corredor, acolhido no meio da tarde pelos livros desorganizadamente deitados nas prateleiras, preferindo os contos de Borges.
Foi minha madrinha que me revelou o incrível universo paralelo das livrarias. Deu-me de presente, talvez aos 12 anos, crédito para adquirir livros na mágica Leonardo Da Vinci, no centro do Rio, e suas estantes intermináveis.
As livrarias tornaram-se o meu mosteiro. É para lá que vou depois de uma reunião incômoda ou qualquer outra razão que me tenha atravessado o dia. Escolher um livro é flertar uma amizade. Há a conversa de salão das orelhas e da contracapa, mas relações profundas requerem o convívio das páginas, muitas vezes decepcionante. Eventualmente, porém, somos iluminados por descobertas sublimes.
As religiões apenas prometem a verdade sobre o nosso cotidiano e o além, enquanto alguns livros despejam um novo universo. Dos criadores prefiro, desde a infância, aqueles que utilizam máquinas de escrever.
Jovem adulto, achava que as igrejas iriam desaparecer oprimidas pela contagiante liberdade permitida aos livros e às escolhas individuais. Os diversos deuses e suas muitas certezas cansavam-me pela sua intolerância em meio à pretensa poesia dominada por mau português.
As minhas divindades eram Beckett e Tchekhov e os meus demônios incluíam Celine, cercados pela sátira paranoica de Pynchon ou pelo encanto de Bulgákov. A leitura irresponsável permite meu afeto por Vonnegut Jr., afinal as livrarias defendem, inclusive, a maior das ofensas, o prazer com a literatura de segunda.
Na minha sacristia pagã há Natsume Soseki e seus filhos japoneses melancólicos, em meio à prosa impecável de Coetzee e à imperfeita de Philip Roth.
Há, sobretudo, a elegia de Machado à culpa interminável sobre o amor talvez destruído pelo ciúme doentio. O meu Adão há muito tem sido Dom Casmurro.
Segundo os crentes, Deus pode muito, inclusive nos permitir assistir à nossa própria morte. Aos poucos, melancolicamente, vão-se as livrarias.
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